El Venetian
Agua en la Canoa. Venecia,Italia. Foto. Ricardo Tapia.
Naco. Dícese del hombre de edad cualquiera forofo del fútbol, vacacionista playero y amante apasionado de todo tipo de marcas cuyos logos ostenta. Farol adorador de la apariencia, del sonido a toda pastilla y por si fuera poco negador de su propia condición y sus sueños guajiros de riqueza.
Menuda tarea esta de definir al naco; sus generales por si mismos dan para toda una procesión: que le guste el tunning, que hable spanglish, que ponga a sus hijos nombres en ingles y así todo un rosario de epítetos que huelga enumerar.
Es verdad que ser consciente de lo que implica serlo es una buena manera de remover el estigma; es por eso que hablo del naco en tercera persona, intentando tomar distancia de mis años de militancia activa en este tan codiciado grupo.
Quizá sea turistear, acto naco por antonomasia, el espejo perfecto que nos devuelve una imagen penosa de nosotros mismos, basta ver a los mexicanos atiborrándose de perfumes en los Duty Free de cualquier aeropuerto o a los mismos cargando sus seis maletas por toda Europa.
Como todos sabemos esto de la naquez de ninguna manera es un mal mexicano; el sensacionalismo catódico ha llevado la globalización a cada rincón, de ahí que uno se encuentre por las calles a chinas de look Britney Spears o a sudakas disfrazados de David Beckham.
Es verdad que viajando se topa uno con todo tipo de especies: el turista que se asume como tal y naquea en pantalón corto por la ciudad o los otros más recalcitrantes que dicen conocer un país luego de unos días de estancia. Luego vienen las ciudades que tienen también sus rangos y aunque la playa es el hábitat natural del naco, su verdadero nirvana es sin duda Las Vegas.
Las Vegas es considerada como la capital del lujo, la característica de esta ciudad de Nevada es el exceso y es ahí donde el lujo franquea a la naquez. La línea que divide el lujo de lo naco es tan fina que es precisamente el exceso de lujo el principio básico de lo naco. El naco es imitador por naturaleza, de ahí su furor por las marcas y los hoteles: parecer es lo importante, el ser es lo de menos.
Pero no basta con pasearse por el Strip de Las Vegas para observar a estos personajes, hay que dar cuenta del exotismo americano que es ya por si mismo el grado superlativo del naquismo y para comprenderlo nada mejor que adentrarse en sus hoteles.
El mismo Hotel Paris con su Torre Eiffel y su Arco del Triunfo da muestra de ello y que decir del New York con su Estatua de la libertad o el MGM erigiéndose magnifico sobre su arena de conciertos, piscinas, casinos y centros comerciales.
Caminar por Las Vegas es una verdadera fascinación de focos dicroicos y luces multicolor, una fiesta perenne ofrecida por la falsedad dionisiaca. Las Vegas no es otra cosa sino el templo de la impostura, el lugar donde nada es lo que parece, donde todo es una copia burda, donde los coches son limosinas y donde la única atracción turística son sus hoteles y los espectáculos que estos proporcionan.
Una sola calle que aglutina al mundo entero: pirámides egipcias, barcos piratas, Montecarlo, Paris, playas y bueno, hasta una reproducción de Venecia.
Fue el Hotel Venetian el que se aventó la mala broma de construir la reproducción del Palazzo Ducale y por si fuera poco un canal artificial de agua tratada en color azul con todo y gondoleros.
Francamente no puedo dar muchos detalles de sus instalaciones ya que amén de que nunca dormí ahí, han pasado unos buenos años desde que, como naco destacado, dormía en el Caesars Palace con mi amigo Raulito.
Pero no fue hasta esta tarde contemplando el verdadero Palazzo Ducale en el corazón de la Plaza San Marcos, que me preguntaba quienes eran mas nacos?. Mi amigo Raulito y yo viendo a Paul Mcartney en Las Vegas, estos turistas que pagan ochenta euros por un paseo en góndola de treinta minutos o los cientos de miles de inocentes que duermen en las suites de la otra Venecia, la falsa. Aunque a decir verdad una noche en el Venetian cuesta casi lo mismo que un hotel de medio pelo en la verdadera y yo después de siete días de contemplar este milagro acuático, paseando en short y cargando mis maletas por los puentes, me encuentro ya al borde de la quiebra.
Ricardo Tapia.
Venecia, Italia
12/5/2005
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