lundi, juin 12, 2006

Dos Anécdotas.














Jardin Central. Universidad de Barcelona. Foto Ricardo Tapia.

De los escritores me interesan sus anécdotas, esos compendios de alegorías que forman parte de su leyenda.
Comprenderán ahora que no fue la ficción la que me llevó a Carlos Castaneda sino el mito: el supuesto ascetismo que regia su vida y todos esos contrapuntos que daban a su biografía un aire literario.

En la primavera del 2003, una investigación sobre la obra de Castaneda sumergió a mi mujer en un laberinto de información.
Aquello que mas tarde se convertiria en una tesis para la Universidad de Barcelona, trajo consigo la controversia de vuelta a casa.Si bien ya no era el seguidor enfurecido que fui a los veinte años; tener acceso a documentación privilegiada, me permitió contrapesar las contradicciones entre el personaje y su alter-ego.

Hurgando entre todo tipo de notas, me encontré con la entrevista que el escritor concedió a la revista Times en Abril de 1973. Leía la entrevista cuando una nota marcada en letras amarillas escapó entre las hojas y cayó en mi pecho.Se trataba de un articulo fechado en Mayo de 1995 firmado por Juan Tovar; amigo personal y traductor al español de esas legendarias cuatro primeras obras. Tovar evocaba puntualmente los años en donde pasó, al igual que yo, de creyente fervoroso a simple admirador. Según contaba, cada nuevo libro le parecía mas logrado que el anterior en el aspecto narrativo y a la vez mas duro de tragar como documento. Sus sospechas se fundaban en el hecho tangible, de que Don Juan, el indio yaqui, hablase cada día mejor ingles.

En aquel articulo el autor refería la versión de Juan Rulfo. Tovar reivindicaba la trascendencia desmitificadora de aquella declaración, sobre todo por el hecho de venir de quien viene: ¿Cuál Castaneda? –decía Rulfo-. Es Castañeda. Es el hijo del notario Castañeda, de Zacatecas. Se fue a Los Angeles a estudiar antropología y ahora regresa dizque brujo, dizque brasileño... Es Carlitos Castañeda, yo lo conozco.

Muchas razones se han esgrimido para que Rulfo dejase de golpe la literatura, quizá la más contundente gira en torno a la magnificencia de su ópera prima.
Algunos opinan que así como el propio Castaneda, Rulfo fue rebasado por la grandeza de su obra. Lo que quizá nunca imaginaron es que ante aquella apostasía, Rulfo guardase un último as bajo la manga.

Cuando Rulfo dejó la literatura, lo anunció con un gesto delirante.
Contrario a las discordancias de Castaneda, el escritor encontró una salida literaria de una belleza apabullante, unas líneas que sintetizan la narrativa de un personaje asombroso:... he dejado de escribir porque se murió mi tío Ceferino... que era el que me contaba las historias...

Ricardo Tapia.
Bruselas, Belgica.
1/03/2006