lundi, juin 12, 2006

La Barra del Pinotxo.

Bar Pinotxo. Barcelona, Espana. Foto Ricardo Tapia.

Luego de una borrachera infame, Harald y yo caminábamos por las calles del Raval. Formábamos un cuadro particular, ¿él? Noruego de ojos azules y casi dos metros, ¿yo? Plagado de los atributos ancestrales del mexicanismo: Panza pronunciada, tez morena y no mas de uno setenta en cuestión de talla. Vivíamos cerca de ahí y nos gustaba caminar hasta la Boqueria y sentarnos en la barra del Pinotxo.

La Boqueria es por mucho el mercado mas caro de Barcelona; un santuario donde se depositan las ofrendas recién cortadas, los frutos recién salidos del Mediterráneo.
Los comerciantes ofician de madrugada atendiendo a los peregrinos venidos de todas partes del mundo, la oferta es simple: Calidad y frescura, inmediatez que no permite configurar un menú con antelación, de ahí que no haya carta, ni precios en el Pinotxo.
En el Pinotxo Jordi es el vocero: prepara platillos, atiende sonriente, saltea un plato, cocina algún otro.

Harald y yo solíamos beber nuestra copa de Cava en el Pinotxo.
Acostumbrábamos pedir medias porciones: estofado de ternera, morro de buey; los días de suerte un plato de cap i pota y unas copas de vino mantenían a raya la resaca habitual.

Joan Bayen, mejor conocido como el Juanito es el hombre tras los fogones. Su cocina intimista convierte su obra en artesanía, platillos que se cocinan al instante, chipirones que saltan al aceite; una sincronía impecable que resalta su ingenio en cada creación. Juanito es como un maestro del jazz: Improvisa y arregla armonías generando notas de comino y laurel, sonidos que se perciben suavemente en este universo singular. Sentarse en la barra del Pinotxo es penetrar en otra dimensión: las langostas vivas se contonean frágilmente mientras las lenguas de res se asoman indiscretas a saludar al comensal.

Aquel día nos instalamos en la barra del Pinotxo; entrada la tarde ordenamos un par de cañas y unas tapas de jamón dulce mientras intentábamos traducir sin éxito a nuestros vecinos japoneses; entre risas complacientes, brindamos resignados, mascullando un inglés insondable.

El bullicio subió de tono, al otro lado de la barra un séquito armado de cámaras y micrófonos escoltaba a un hombre de mediana estatura. A escasos metros pude distinguir el rostro del hombre mas respetado en el ámbito culinario, el del mejor cocinero del mundo según el New York Times y Le Monde: Ferran Adrià.

Ferran grababa un documental para el Periódico de Cataluña: Adrià suele comer en el Pinotxo, conoce al Juanito de toda la vida y sus talleres y oficinas están a unas calles del mercado, comentó uno de sus hombres.Los platos comenzaron a brotar, mágicamente aparecieron toda clase de salsas, gambas y potajes; Juanito daba órdenes excitado, Jordi apuntalaba la vinagreta, en tanto que un joven sudamericano fregaba a marchas forzadas decenas de platos.
Harald y yo contemplábamos el ir y venir de aquellos manjares, sumergidos en el olvido, bebimos ya sin mucho afán observando el espectáculo de fondo.

Ferran y sus súbditos se internaron en la Boqueria y nosotros nos dispusimos a retomar la gran comilona. Decidíamos apenas entre un plato de gambas o un poco mas de estofado cuando el Juanito, aun entusiasmado con la visita del rey, nos dejó caer la cuenta sin mediar explicación.
Harald se encogió de hombros y volvió su mirada infantil hacia mí.

Con las miradas impacientes pendiendo sobre ambos, desenfundamos sendos billetes de 50 euros, Jordi se acercó, nos dedicó una última sonrisa, retiró las copas medio vacías y nunca mas nos volvimos a parar por ahí..

Ricardo Tapia
Bruselas, Bélgica
20/12/2005

1 Comments:

Blogger Chis said...

Buscando una foto para mi blog, he llegado aquí. Podria firmar lo que has escrito. me estrené en el Pinotxo hace unos días y será el principio de una gran amistad. Espero que no te importe que te enlace en mi entrada de blog. un saludo.

4:35 AM  

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