La Última Crónica.
Mesa de trabajo. Bruselas, Bélgica.
Todas las semanas escribo mi última crónica.
No, no es mentira. No ha pasado un solo día en que no tenga la certeza de que en algún momento no tendré nada más que decir.
Me sucede a menudo: las ideas van, vienen.
Hago lo que puedo: las suelto, espero. Cambio de sujeto y nada.
Comienzo de nuevo y nada: frases rotas, ideas sueltas.
Me sucede a menudo.
Cada tarde me hago la misma pregunta, ¿Y ahora qué?. Y pienso en los amigos, o en los que fueron los amigos. No sé por qué en los amigos, porque casi no tengo: pero los tuve. Y escribo para ellos. Para que estén aquí. Para que no me olviden.
Y el tiempo sigue y nada.
Me levanto, lo dejo, me aburro.
Es absurdo porque por escribir puedo escribir sobre cualquier cosa. Ahora mismo veo una ventana sucia, una mosca muerta (ahora aletea, parece que me escucha al teclear su nombre: m-o-s-c-a) el viento, los árboles, el sol, el gato.
Podría escribir un texto sobre el gato que viene todos los días al balcón y me mira.
Pero qué puedo decir de un gato que viene a orinarse y a dormir la siesta en mi balcón.
Olvídenlo, de todas maneras no pienso hablar de gatos; no me gustan los gatos.
¿Lo ven?, Sólo frases truncas.
A veces quiero hablarles de mi vecina; la encueratriz de la tercera planta, pero creo que es sólo por usar la palabra encueratriz que me gusta mucho (he escrito páginas enteras obsesionado por una sola palabra.) Encueratriz me gusta porque que me recuerda a los amigos, a las correrías nocturnas por la Ciudad de México.
Creo que la historia de la encueratriz (disculpen que abuse del término pero es que me gusta mucho) podría ser interesante. Últimamente le ha dado por salir con un tangón fosforescente de esos que quitan el aliento.
Por las mañanas se cuelga el bikini y se pone en la terraza con una bebida y unas gafas de sol (ahora completa el cuadro fumando un cigarro.)
Es joven, parece guapa.
Yo la miro, pero nunca sé cuando me mira. Quizá duerme, quizá me vigila (se ha puesto boca abajo, apuesto a que sabe que escribo sobre ella), la dejo, desisto.
Ahora llega un hombre y comienza a besarla. Ella le toma en sus brazos y comienza a desabrocharle... pero... es demasiado tarde.
Tengo que enviar el texto al periódico y como siempre la inspiración ha llegado en el peor momento.
Ustedes amigos sabrán disculparme. Lo he intentado.
Veremos si la semana siguiente se me ocurre algo mejor.
Ricardo Tapia.
Bruselas, Bélgica.
06/07/2006