lundi, juin 12, 2006

Radares Viales.














Señalizacion Vial. Barrio de Etterbeek. Foto Ricardo Tapia.

Soslayado por años, el tema de la educación es uno de los temas centrales de México. La educación suele ser el origen pero también el destino de los grandes problemas del país; desarrollo, justicia, pobreza, igualdad, laicidad, empleo, todos giran en torno a la educación.
Al ver al gobierno de la ciudad de México implementando los controles de velocidad y alcoholemia, pienso en la corrupción, pero también en la aplicación de la ley y sobre todo en la educación.

En Francia por ejemplo el límite de velocidad es de 50 Km por hora dentro de poblado y 130 fuera de él. Esto es lo que dispone la ley. Cualquier persona que se permita infringirla y sea controlada por el radar, recibe en casa una multa que varia según el kilometraje excedido. La infracción viene acompañada de una foto con el número de matricula, la hora y la velocidad exacta a la que circulaba (precisamente el mismo sistema que se instaló ya en México). Podemos decir que el sistema es perfecto porque no-pasa por el imponderable humano, solo que aplicarlo en México tiene un problema: la educación.

Los limites de velocidad en Europa no fueron ocurrencia de un alcalde mesiánico ni mucho menos. Son resultado de años de investigación y perfeccionamiento: de pruebas, de ensayos y sobre todo de cálculos. Los profesionales conocen la distancia que recorre un auto al frenar; según su velocidad miden estos trayectos en función de variables. Saben perfectamente que un auto a 50 km por hora, difícilmente podrá detenerse en un palmo de terreno para dejar pasar al peatón.Los expertos van todavía mas allá, al afirmar que el limite de 50 Km por hora es ya alto en ciudades con alta densidad poblacional, ¿Incrementarlo?. Impensable.
Un accidente en una autopista a 130 Km por hora es letal, hablar de un accidente a 180 o a 200 es obsceno.

En México las cifras son escalofriantes, el problema es que los accidentes viales no son producto del descuido, sino resultado de la imprudencia, la inconsciencia y la ignorancia de los conductores. Y aquí viene lo complejo del tema.
Exageremos diciendo que el 10 por ciento de los mexicanos aprende a conducir en una auto-escuela; un cálculo somero pero no improbable como este, nos darían a un 90 por ciento de conductores que, en teoría, no saben conducir: espeluznante.

En ciertos países como España, los acuerdos entre los gobiernos permiten la homologación de permisos de algunos países no miembros; todos los demás, tienen que pasar obligatoriamente los exámenes para obtenerlo: la autoescuela es casi obligatoria.Cuestionarios, exámenes teóricos, libros, prácticas y al final, un examen de conducción en la ciudad frente a un profesor y a un examinador del gobierno.

Lo que se hace aquí es poner a todos los conductores en un marco común, donde cada uno sabe que hacer frente a una intersección con cuatro autos que pretenden cruzar al mismo tiempo. Parece fácil, pero no lo es.

En el caso de la alcoholemia todo conductor europeo sabe cual es el máximo permisible de alcohol en la sangre, sabe qué puede beber y en cuanto tiempo puede volver a conducir: un mexicano no lo sabe. Así como no sabe que significan esas rayas en la vía, a veces dobles, a veces continuas; como tampoco sabe que nunca tiene que pisar el embrague antes que el freno. No lo sabe porque en México el proceso funciona a la inversa: la gente no aprende para sacarse el permiso sino se saca el permiso para aprender a conducir...

Lamentablemente esto no va a cambiar hasta que se eduque a la sociedad, hasta que se retiren los permisos a toda la ciudadanía y se le obligue a pasar un examen de conocimientos, ya no profesionales, sino básicos, para subirse a un auto y no poner en riesgo la vida de los demás.

En lo personal, estoy muy lejos de ser simpatizante de Obrador, mucho menos lo soy de su partido y sus corruptelas, pero en este rubro, la operación del gobierno me parece plausible. Ahora solo falta un programa de educación vial que haga posible esas propuestas, pero frente a la renuencia de la población, al costo y al tiempo que tomaría llevarlas a cabo, imagino que estas iniciativas como tantas otras, seguirán amontonándose en esa montaña de utopías, que ha sido desde hace años, el sello distintivo de la ciudad sin esperanza.

Ricardo Tapia
Bruselas, Bélgica
5/2/2006