lundi, juin 12, 2006

Soñando con Loló.


















Riviera Francesa. Marsella. Foto. Ricardo Tapia.

Hasta el día de ayer, jamás había retenido en la mente alguna secuencia de un sueño.

Desde la mañana me enganchó una imagen que un amigo francés me envió por correo. Bien a bien no entiendo porque me hizo llegar aquel articulo; imagino que en alguna borrachera habré confesado esa terrible debilidad, seguramente edipica, que siento por los senos.

La foto que acompaña la nota es de una rubia falsísima; una chica de senos planetarios contenidos apenas por un sostén milimétrico. Su nombre es Loló Ferrari, seudónimo que anula cualquier sarcasmo y que mexicanizado del francés coloquial, quiere decir algo así como: La “Chichis” Ferrari.

Y bueno, la verdad es que la imagen da un poco de aprensión, uno comprende que una baja autoestima pueda llevar a una mujer al umbral de los implantes, pero pasar al quirófano dieciocho veces como dice el articulo, es por decir lo menos escalofriante. El número de operaciones parece inversamente proporcional a las carencias afectivas de esta rubia falsísima.

Renglones abajo por una curiosidad, malsana desde luego, uno se va enterando de las intimidades. Una infancia durísima donde la madre se empeña en menospreciar a la hija, restregándole a diario su estupidez y su falta de estética. Un padre ausente que se desentiende absolutamente de ella entregándola prácticamente al altar a muy temprana edad, obviamente con un hombre veinte años mayor.

Con el desprecio vienen las cirugías y ese deseo incesante por cambiar todo aquello que tanto desagrada a la madre. Los traumas se convierten en un cocktail explosivo que mezclado con un toque de colágeno, algunos liftings y unas prótesis mamarias hacen de su vida un espectáculo esperpéntico.

Durante años se desnuda por los clubes de Europa lanzando con su indumentaria los comienzos de su música pop. De su voz salen las notas de Air Bag Generation, titulo que dando gravedad a la metáfora, es acompañado por un grupo de senudas auto- bautizadas como las Silicon Girls.
Con unos globos estratosféricos que no le permiten siquiera subirse a un avión, Ferrari permanece en tierra ingiriendo barbitúricos a manera de bombones; paralizada por el miedo de que una posible perdida de presión en la aeronave pudiese reventarle un seno.

Haciendo acopio de silicón, esta muñeca inflable de 37 años, símbolo de la decadencia depresiva y victima absoluta de sí misma, termina de esculpir esas monstruosidades en la operación número veinticinco. Con cerca de tres kilogramos en cada teta llega a los Records Guiness, alcance que corona con algunas felaciones en un par de películas de alta temperatura. Con sus seis kilos a cuestas se presenta en Cannes y aprovechando la publicidad del festival consigue un contrato en un programa de televisión inglés llamado Eurotrash.

Observo obsesionado la foto y no son los implantes descomunales de esta francesa lo que me provoca una aprensión particular, sino su rostro. En la señorita Ferrari (dejemos lo de señorita a la imaginación) el rostro es estremecedor. Una mujer de treinta y tantos años con una cara completamente momificada; una obra quirúrgica muy malintencionada en la que parece que la cronología no va ligada al tiempo, sino al azar.

Y aqui viene lo del sueño.
En mi sueño aparecía Loló ataviada con un tangón de esos rojos bastante vulgares.
Su cuerpo desprendía un olor extraño; un vapor tenebroso salia de sus ojos mientras su boca dejaba caer pastillas multicolores que formaban un arco iris entre seno y seno.

Yo lejos de sentir placer me sentía aterrorizado, cualquier situación erótica era rebasada por un miedo desquiciante. Los ciento treinta centímetros de pechos me asfixiaban lentamente.
Cerca de lo que parecía una muerte inminente, mi mujer me despertó tiritando en el último estertor. Mi cuerpo yacía en la cama con el cobertor enrollado en la cara mientras mi mente se batía a muerte contra los senos grotescos de La Ferrari.

Horas mas tarde fui hasta la mesa donde seguían los folios con esos senos monumentales. Tomé la última hoja y al finalizar la nota un viento helado me recorrió la espina dorsal.
Hacia el fondo del articulo unas líneas escalofriantes terminaban por dar la vuelta al mito: Loló Ferrari murió hace seis años, victima de una sobredosis de bombones, en su casa, en la Riviera Francesa.

Ricardo Tapia.
Bruselas, Belgica.
23/03/2006