El Nuevo Aleph.
Turistas con Venus de Milo. Museo de Louvre. Paris. Foto Ricardo Tapia.
De alguna manera mi vida se ha movido entre revelaciones, revelaciones que aparte de muy esporádicas, son medianamente irrelevantes.
La última sucedió en un camión de Barcelona, aunque a decir verdad... mis revelaciones nunca han servido de gran cosa.
En Barcelona, el destino se ensañaba conmigo: sin trabajo, sin dinero y sin ninguna revelación en puerta decidí moverme en sentido contrario. Se me ocurrió entonces comprar en amazon unas ediciones especiales de Coltrane y otras joyas a precios estratosféricos, o sea, gastar el dinero que no tenia por aquello de que dinero llama dinero.
El correo llevó a casa el tesoro, pero la mala suerte no cedió ni un ápice.
Subí en aquel camión con el arrojo que caracteriza a los infractores; pendiente del controlador, permanecí en silencio hasta que un oriental rompió mi concentración y contestó su teléfono que sonaba incesantemente. Al escuchar su idioma, sin querer viajé a Japón.
A todas luces se trataba de una estupidez, porque aparte de que no tengo ni zorra idea de cómo sea Japón, su llamada podría venir de Shangai o de Corea y lo más probable es que el hombre detrás de la línea se encontrase no mas allá del Raval o del Barrio Gótico de Barcelona, pero, ¿Y si en verdad estaba hablando a Japón?.
De ser así, tendría frente a mí a un tipo insignificante hablando en un transporte público, a través de un aparato de no más de cinco centímetros, a miles de kilómetros de distancia, en tiempo real y con calidad digital. De pronto me faltó el aliento, porque en medio de mi ensoñación vino la revelación: Mi compra en amazon.
Lo que hice semanas antes fue: sentarme ante una pantalla en un barrio inmundo de Barcelona, entrar a una página de venta en línea en Estados Unidos, pagar con una tarjeta de crédito mexicana (cuya cuenta y deudas son pagaderos en pesos mexicanos), comprar unos discos importados que según me dijeron se encontraban en sus almacenes de Alemania y recibir semanas después, en otro barrio miserable de Barcelona, un paquete con la mercancía solicitada. El proceso me tomó menos de cinco minutos.
Aquella revelación me dio escalofríos.
En 1949 Jorge Luis Borges escribió su cuento más celebrado: El Aleph.
Incluido en el libro epónimo, el Aleph cuenta la historia de Carlos Argentino Daneri, un hombre que descubre en el sótano de su casa, un punto donde cada cosa es a su vez, un numero infinito de cosas.
En voz de Daneri (la cita viene de las obras completas de Borges, libro que adquirí en México, importado desde Argentina, vía Estados Unidos por amazon): Un Aleph es uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos.
Y esto viene a cuento porque esta mañana estuve en el Museo del Louvre.
Abrumado por la belleza me senté en una butaca desierta y ya instalado en el olvido, vi a lo lejos un cartel que prohibía la fotografía, y que apostillaba lo siguiente:
Las imágenes de las 35,000 obras aquí expuestas se encuentran en nuestro sitio de Internet: www.louvre.fr.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo y las imágenes comenzaron a sucederse: periódicos, aviones, comida, religión, idiomas, juegos, palabras, gente, letras, música, puertos, libros.
No sé si el genio de Borges lo vislumbró, pero quizá le hubiera gustado presenciar, cómo su profecía, el punto que domina todos los puntos, ha llegado a nuestras manos sin apenas darnos cuenta.
Ricardo Tapia.
Paris, Francia.
31/1/2006
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