lundi, juin 12, 2006

Desde el Olvido.














In Memoriam. México. Foto. Ricardo Tapia.


Los relojes marcan las seis treinta de la mañana cuando una detonación vuela literalmente la estructura que apuntala los accesos a mas de diez metros de altura.

La dimensión de la catástrofe es a todas luces evidente: 1,200 mineros permanecen enterrados bajo los escombros. El estado de las perforaciones y el peligro que representa todo tipo de descenso impiden el rescate. El aire es asfixiante, la deflagración se apodera de las galerías y los derrumbes se producen en cadena.

Los cortejos fúnebres de los primeros setenta y cinco obreros se enfilan por las calles; tres mil de los poco mas de cuatro mil habitantes del lugar son empleados de la compañía minera. La atmósfera de dolor es manchada por la interrupción prematura de las búsquedas. El inspector general de minas dice que los trabajos de salvamento carecen de toda esperanza y sobretodo representan un grave peligro para los rescatistas.
La cólera y la indignación se imponen al luto en respuesta a los esfuerzos del primer ministro por proteger a las empresas. Las corporaciones adoptan la tesis del accidente imprevisible y los trabajos de rescate son suspendidos. Los delegados mineros se apresuran a declarar que 800 hombres pudieron haber sido salvados una semana después del drama...

Desde luego no es esta la crónica de la tragedia en Pasta de Conchos, sino de las minas de carbón de Courrieres en el norte de Francia donde hace exactamente cien años, 1,099 hombres perdieron la vida en las mismas condiciones que los mineros de Coahuila.

En México, la tragedia costó la vida a sesenta y cinco personas en un estallido de gas metano en la mina número ocho de la unidad Pasta de Conchos propiedad de Industrial Minera México en San Juan Sabinas.

Sabemos ahora que los sistemas de ventilación tenían serios problemas, que las estructuras eran de una peligrosidad extrema, que las concentraciones de gas rebasaban a veces el triple del máximo permitido y un sinnúmero de irregularidades más.
La información la debemos al Centro de Reflexión y Acción Laboral quien ha recogido testimonios y ha presentado un sólido informe sobre el tema.

Nos encontramos entonces frente a la combinación letal de la negligencia, la apatía, el gas metano y la corrupción. Los trabajadores conocían el peligro en el que se hallaban y habían previsto suspender las labores hacia las cuatro de la mañana; precisamente a dos horas de que la muerte se adelantara a su paso.

De las investigaciones periciales ni una sola noticia.No sabemos aun porque la empresa y las autoridades tardaron una semana en reconocer los decesos. Nadie nos ha dicho por qué solo existen dos inspectores para mas de una centena de minas.
La sociedad desconoce el destino de los cincuenta y cinco millones de dólares que el Grupo México entregó al sindicato minero que lidera Napoleón Gómez Urrutia y que debieron haber sido repartidos entre los trabajadores de las cuatro empresas subsidiarias y no-solo entre dos, como lo hizo creer el líder sindical a sus agremiados.

Las preguntas se agolpan y el desenlace a la mexicana se prepara una vez más.
Los mismos lugares comunes que se adoptan ante toda desgracia llegan puntuales a cada declaración: Aplicaremos todo el peso de la ley, investigaremos a fondo, actuaremos conforme a derecho, deslindaremos responsabilidades.
Todas esas promesas que cualquier ciudadano mexicano de mediana sensatez conoce bien y que el obispo Alonso Garza Treviño refirió con cierto sarcasmo al dirigirse a las familias de los obreros de manera simbólica: Pídanle a Dios pa’que ilumine a las autoridades, les dijo.

Al día de hoy han pasado dos meses y no tenemos un informe oficial.
Hemos visto una trifulca entre la porción mas activa del sindicalismo mexicano y el gobierno; las páginas de los diarios nos han recetado las escandalosas cuentas bancarias del líder obrero y sus respectivos bienes inmobiliarios. Por el contrario, de la empresa y los muertos apenas tenemos noticias, las investigaciones no han conducido siquiera a establecer con precisión lo ocurrido; no se ha fincado una sola responsabilidad. Los cuerpos siguen sin ser rescatados, la sociedad ha perdido como siempre la memoria y las sesenta y cinco victimas y sus deudos se han dejado como ya es costumbre a la ignominia y al olvido.

Ricardo Tapia.
Bruselas, Bélgica.
19/04/2006